Cape Epic (MTB). La Resurrección. Día 3

23 Marzo 2010
3ª Etapa:

Ceres - Ceres  (115km / 2280m)

Esta etapa la recordaré toda la vida. Es, con diferencia, la vez que peor lo he pasado sobre la bici. Para empezar, el día era muy cálido, con temperaturas que llegaron a 39 grados hacia las 2 - 3 de la tarde. Mis molestias iban en aumento, apenas bebía agua debido a las náuseas que me producía y por tanto, tampoco comía. Si eso lo unís a que es ya la tercera etapa y empieza a haber cansancio acumulado y a que el terreno ese día era especialmente pedregoso y muy expuesto al sol, el resultado es que en el segundo avituallamiento, cuando llevábamos unos 60km y todavía nos quedaba la mitad, me aparté de la gente y me puse a vomitar todo lo que llevaba dentro.


Cuando J.L. me encontró, mi cara era un poema. Tuve que sentarme un rato para poder recuperarme un poco. J.L. me animó y se puso en plan padre (increíble, pero José Luís tiene también corazoncito, no sólo se dedica a avasallar sobre la bici, jeje). Gracias a sus ánimos, me monté sobre la bici y empecé a pedalear con la suerte de que en ese momento comenzábamos un larguísimo y peligroso descenso por una zona muy pedregosa y con mucho polvo.

A pesar de que me encontraba completamente vacío por dentro, sin agua ni comida para afrontar lo que nos quedaba, por primera vez sentí buenas sensaciones con respecto a mi estómago, pero eso no era suficiente. Después de la bajada volvió el infierno y cuando llegué al tercer avituallamiento estaba poco menos que muerto. A pesar del intenso calor, seguía sin poder beber ni una gota de agua y por consiguiente, tampoco podía comer. Lo único que pude hacer era mojarme la cabeza bajo el agua una y otra vez.

Después me senté un poco a la escasa sombra de algún árbol que había allí, mientras José Luís cuidaba de que nadie me pisase las gafas, que había literalmente tirado. Me acercaba el bidón de agua a la boca y me la enjuagaba, con la esperanza de quitarme el horroroso reseco que llevaba encima, pero seguía sin beber ni una gota. Tan crudo lo empezó a ver J.L. que empezó a consolarme diciendo que tampoco pasaba nada si no llegábamos dentro de la hora de corte, pues a pesar de que yo estaba literalmente "hecho una mierda", las caras de la gente que estaba allí no eran mucho mejores. Había incluso gente tumbada en una pequeña carpa siendo atendida por los servicios sanitarios.

Sin ninguna reserva en mi cuerpo y con el ánimo por los suelos, comenzamos de nuevo a pedalear y abandonamos el avituallamiento. José Luís ayudándome en todo momento, dejándome que fuera yo quien marcase el ritmo en las subidas y zonas difíciles y tirando él de mi en las zonas más llanas, resguardándome del aire en contra. Yo iba mirando constantemente el cuentakilómetros, haciendo infinitos cálculos sobre los que nos quedaban y la media que teníamos que hacer para llegar dentro del tiempo de corte.

Para complicarlo todo más y cuando parecía que había cogido un poco de ritmo, es mi bici la que coge el relevo a la de J.L. y pincho. Me quiero morir, pues empiezo a ver muy difícil no sólo llegar antes de la hora de corte, sino volver a pedalear de nuevo al ritmo que llevaba. Es J.L. quien realiza todo el trabajo de cambiar la cámara de mi bici mientras yo me limito a sujetarla. Nuevamente nos subimos a las bicis e intento volver a coger ritmo, sacando fuerzas que ya no tengo de unos recursos inexistentes, mientras observo cómo el cronómetro nos estrecha el cerco. Y de nuevo vuelvo a pinchar. Aquí lo único que puedo hacer es tumbarme mientras J.L. me arregla la bici. Cuenta con la ayuda inesperada de un chavalillo que le sujeta mi bici, al que recompènsó después con una barrita.

Recogido con pinzas por J.L., me subo sin saber cómo a la bici y de nuevo me veo pedaleando, afrontando los últimos kilómetros de la etapa. Y entonces, es cuando llega el regalito diario de la Absa Cape Epic, lo que hace que esta prueba sea épica: nos adentramos en una zona extremadamente arenosa, bajo un sol de justicia que es reflejado por la arena, donde se hace imposible pedalear. Tenemos que bajarnos constantemente de la bici, que se clava literalmente en la arena cada pocos metros. Al sobreesfuerzo que tenemos que realizar se une otro contratiempo: mi bici sigue pinchada. Es J.L. quien me la infla, pues dado los pocos kilómetros que nos quedan, decidimos hacerlo así en lugar de perder tiempo cambiando la cámara sobre la arena y bajo un sol abrasador.

Poco a poco, salimos del arenal y empezamos a sentir el bullicio no muy lejano del campamento y de la meta. En un determinado momento, José Luís, que me va empujando de vez en cuando para ayudarme, me hace un comentario del tipo: "Ánimo David, piensa que ya estamos allí". A lo que yo no respondo y él, viendo mi cara, me dice: "la verdad es que no estás ni para pensar..." Por fin llegamos a la meta, entramos abrazados con apenas 25 minutos de margen sobre la hora de corte, mientras le agradezco lo que ha hecho por mi durante toda la etapa.

Nada más llegar, el ritual habitual: dos operarios se hacen cargo de nuestras bicis para lavarlas y una azafata nos da una bolsa de sandwiches a cada uno. Nos sentamos a unos metros de la meta. Mientras J.L. da buena cuenta de los sandwiches, yo no puedo probarlos y me tumbo en el cesped. En esta posición, J.L. observa mi pulsómetro y comprueba que mis pulsaciones no sólo son anormalmente altas sino que no bajan. Me encuentro sin reservas y aún así, a la hora de cenar, no ceno apenas. Tampoco bebo mucho y las pulsaciones siguen altas. Decido no tomar las pastillas de aminoácidos, pues está claro que mi estómago demanda descanso. Después del intenso desgaste de hoy, sin poder cenar apenas y con mi imposibilidad de tomar niguna sustancia recuperadora, empiezo a preocuparme sobremanera acerca de como voy a aguantar la etapa del día siguiente.

Justo antes de retirarme a la tienda de campaña a dormir, noto el primer síntoma positivo: tengo hambre y me como los sandwiches que me dieron al llegar y que había guardado. Así mismo, doy buena cuenta de varios zumos y agua embotellada. Me acuesto esperanzado pero con las pulsaciones aún muy altas.

Durante la noche, me levanto un par de veces al servicio y compruebo que mis pulsaciones siguen siendo altas. Eso me preocupa de verdad, pero estoy tan cansado que me duermo sin problemas ambas veces.

David.

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